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jueves, 25 de abril de 2013

Matutina para Adultos.


EL HIJO PRÓDIGO





Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde; y les repartió los bienes.
Lucas 15:11, 12 (leer Lucas 15:11-32).

Para responder a las acusaciones de los escribas y los fariseos de que él prefería la compañía de los pecadores, Jesús predicó las parábolas de la oveja perdida, la moneda perdida y el hijo pródigo, y en estas presentaciones demostró que su misión al mundo no era para fastidiar, condenar y destruir, sino para recuperar aquello que estaba perdido… Estos eran precisamente los que necesitaban de un Salvador…

El hijo pródigo no era un hijo responsable, uno que complacía a su padre, sino uno que quería hacer su propia voluntad… La tierna simpatía y el amor de su padre fueron mal interpretados, y según el padre actuaba con mayor paciencia, bondad y benevolencia, más inquieto se volvía el joven. Pensaba que se le restringía su libertad, porque su idea de libertad era un libertinaje sin control; y al desear ser independiente de toda autoridad se liberó de toda restricción de la casa de su padre, y pronto gastó su fortuna en una vida desordenada. Surgió una gran hambruna en el país al que viajó, y en su hambre deseó llenarse con las cáscaras que comían los cerdos…

No tenía a nadie que le dijera: “No hagas eso, porque te harás daño. Haz esto otro, porque es correcto”… El hambre lo miraba a la cara, y acudió a un ciudadano del lugar. Se lo envió a hacer el trabajo más humilde: alimentar a los cerdos. Aunque para un judío esta era la ocupación más desprestigiada, estaba dispuesto a hacer cualquier cosa; tan grande era su necesidad…

Estaba sufriendo un hambre aguda, y no podía saciarse. En estas circunstancias recordó que su padre tenía pan de sobra, y resolvió ir a su padre…

Habiendo tomado esta decisión, no tomó tiempo para mejorar su aspecto… “Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó” (Luc. 15:20)…

El hogar lucía tal como cuando lo abandonó; pero cuán diferente se encontraba él… El padre no le dio la oportunidad de decir “hazme como uno de tus jornaleros”. La bienvenida que recibió le aseguró que había sido restituido al lugar de hijo —Signsofthe Times, 29 de enero de 1894.

Tomado de Meditaciones Matutinas para adultos
Desde el Corazón
Por Elena G. de White

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