LA MAYOR DE MIS LIBERTADES
He guardado tus palabras en mi corazón para no pecar contra ti. Salmo 119:11
Auschwitz. ¿Te suena familiar ese nombre? Auschwitz recuerda los actos más crueles de los que la humanidad haya sido testigo; los horrores que padecieron miles de judíos en los campos de concentración nazi. Paradójicamente, Auschwitz también nos recuerda algunos de los actos más nobles que conoce la humanidad.
De estos últimos escribe Viktor Frankl, un ilustre psiquiatra austríaco que entre 1942 y 1945 logró sobrevivir a varios de esos campos, en especial al temible Auschwitz. Frankl narra de qué manera, en medio de las condiciones más terribles, la lucha por la supervivencia, la traición y el sufrimiento, algunos de los prisioneros mantenían un espíritu compasivo y de servicio al prójimo. Aunque eran pocos en número, estos prisioneros aprovechaban cada oportunidad para ir de un lugar a otro consolando y fortaleciendo a los enfermos y a los más débiles. Algunos incluso daban a otros su ración de comida.
¿Cómo explicar semejante conducta en un ambiente donde cada quien parecía dominado por el pensamiento único de sobrevivir? ¿No habían sido separados de todo lo que para ellos era precioso en la vida? ¿No habían sido despojados estos hombres de su dignidad? La respuesta de Frankl a estos interrogantes representa una de las ideas más significativas en la historia de la humanidad: «A un ser humano —escribió— se le puede despojar de todo, excepto de una cosa, que es la mayor de las libertades: la capacidad de escoger qué actitud asumirá ante cualquier circunstancia; la capacidad de tomar sus propias decisiones» (Man's Searchfor Meaning [El hombre en busca de sentido], p. 86).
Dicho de otra manera: Me pueden privar de mi libertad; me pueden despojar de mis pertenencias; me pueden separar de todo lo que más quiero en esta vida; pero, nadie me podrá arrebatar la potestad de decidir qué creeré, a quién amaré, qué esperaré.
¿A qué se debe esto? Pues bien, se debe a que todo lo que el mundo nos puede quitar está fuera de nosotros: la casa, el trabajo o la libertad de movimiento. Pero lo más valioso, lo más sagrado, está dentro de nosotros: nuestros recuerdos, nuestras convicciones, nuestros principios, nuestro amor a Dios y al prójimo. Ese tesoro, querido amigo, apreciada amiga, nadie te lo puede arrebatar. Cuídalo como tu posesión más valiosa.
Capacítame, oh Dios, para cuidar mí tesoro más valioso: mis creencias, principios y valores.
Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
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